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Le creía más delicado. Se entera Vd. de modo ruin de lo que todo el mundo sabe. ¿Cree que lo habría aceptado si no me lo hubiera ocultado? Es una emboscada. No. El azar lo trajo aquí el momento preciso. Y como Vd. me era simpático, le ofrecí lo que aceptó. Pero yo acepté por su sonrisa, por sus palabras. Ebrio del cuento absurdo que su belleza me hizo creer. Pero el de abril caí al suelo. Y este suelo era de fango, de lodo. El peso de mis actos me aplasta. Escondido en este despacho, siento que el universo me sitia. Pero porque se encierra como un prisionero. Debería aprovechar su situación, vera gente, salir. ¿Salir? ¿Cree que podría sostener la mirada a un hombre honrado? Aunque la mirada de ese hombre fuera especial, no se encuentran tantos. Pero es verdad que parece un loco. Escúcheme, está Vd. enfermo. ¿Y si se va al campo? Yo se lo explico a Castel-Vernac. No, Sra., me quedo aquí a esperar. ¿A esperar a qué? Lo que tiene que llegar. ¿Nos ha denunciado? Por desgracia no. No he tenido el valor. Revelar su falta de dignidad, sería proclamar mi infamia.